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LOS JUNCOS BAJO LA FUERZA DEL VIENTO



“A la orilla de un río, un roble fue derribado por una tormenta y, arrastrado por la corriente, una de sus ramas se encontró con un junco crecido en un juncal cerca de la ribera. El impacto produjo un gran desconcierto en el roble que no pudo evitar preguntarle al junco cómo había logrado mantenerse sano y salvo, en medio de una tempestad que, por su furia, incluso había sido capaz de arrancar de raíz un roble. El porqué, dijo el junco, consiste en que yo logro mi seguridad mediante una habilidad opuesta a la tuya: en vez de permanecer inflexible y testarudo, me adapto ante las ráfagas del viento y no sucumbo”. Anónimo.


Solemos dedicar mucho tiempo a organizar lo que hemos de hacer y las metas para planificar nuestras vidas, para así alcanzar cierta tranquilidad. Sin embargo, en ocasiones, surgen situaciones inesperadas que alteran ese equilibrio más o menos estable ya conseguido. En este contexto de crisis, se rompen las expectativas previas, por lo que fácilmente pueden aflorar profundos sentimientos de inseguridad o vulnerabilidad. Este tipo de situaciones, en determinado momento, logran incluso llegar a poner en aprietos la propia existencia y el equilibrio emocional.


Los seres vivos poseen, de manera natural, la genial capacidad de sanar las heridas o el daño recibido. Por extensión, los seres humanos, también tenemos esa capacidad, nuestro sistema inmune nos ayuda con las enfermedades, la médula ósea además de producir defensas contra patógenos externos, también provee al cuerpo de recursos para reparar los tejidos después de una herida física. No obstante, muchas veces, las lesiones no se limitan a lo físico, también involucran al plano psíquico.


Algunas situaciones cotidianas, o quizás de índole más extraordinaria, generan secuelas directas en nuestro equilibrio psicológico. Por lo general, solemos reponernos a esas situaciones perturbadoras. Podría decirse que poseemos un “sistema inmunológico emocional”, que permite recuperarnos y afrontar estos eventos difíciles o traumáticos.


LA RESILIENCIA.

El significado de resiliencia, según la definición de la Real Academia Española de la Lengua (RAE) es la capacidad humana de asumir con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas. No obstante, la Psicología ha tomado el concepto de resiliencia otra disciplina, la Ingeniería. Desde esta perspectiva, se define nuestro concepto de hoy como la “capacidad que poseen algunos materiales de recobrar su forma original después de ser sometidos a una presión deformadora”.


La resiliencia es, por lo tanto, una respuesta de ajuste psicológico frente a la adversidad. En ocasiones, las circunstancias difíciles o los traumas nos permiten desarrollar recursos que se encontraban latentes, soterrados bajo capas de recuerdos y emociones ubicadas en nuestra parte inconsciente. Muchos autores consideran que no sólo gracias a ella somos capaces de afrontar situaciones potencialmente traumáticas, sino que también podemos salir fortalecidos de ellas, puesto que implica reestructurar nuestros recursos psicológicos en función de las nuevas circunstancias, así como de nuestras necesidades para seguir proyectando nuestro futuro.


“Lo que no te mata, te hace más fuerte”


Esta frase que tanto hemos escuchado y que es posible aplicarla como definición algo más habitual, en realidad es una adaptación de otra famosa cita:


“Lo que no te mata, te hiere de gravedad y te deja tan maltrecho, que luego aceptas cualquier maltrato y te dices a ti mismo que eso te fortalece”. Friedrich Nietzsche.




Es cierto que hoy día, la hemos simplificado bastante, tanto en palabras como en sentido, no obstante, el mensaje es más o menos similar. Nietzsche habla en esas pocas palabras un mensaje conciso sobre la mejora de la autoestima y el autoconcepto tras una derrota, podríamos decir que está generando el concepto previo de lo que es la resiliencia. A fin de cuentas, se trata de una habilidad fundamental e innata para un desarrollo saludable en la niñez y la adolescencia.


Antes de que cunda el pánico entre los adultos, añadiré que hay evidencias contrastadas de que los adultos también pueden llevar a cabo acciones para fomentar esta deseada resiliencia, incluso de una manera más elaborada que los niños, debido al estado madurativo más desarrollado y con la ventaja añadida de la experiencia que aporta la propia existencia. En definitiva, se ha podido demostrar una correlación directa entre la edad más avanzada, y una mejor capacidad de regulación emocional.


Pero ¿qué puede hacer una persona adulta para mejorar su resiliencia ante dificultades? Sin duda, los adultos, los adolescentes y los jóvenes, pueden trabajar mucho mejor que un niño diversos procesos mentales complejos como la capacidad introspectiva, la autoestima, la flexibilidad ante cambios, la gestión emocional, etc.

El hecho de ser una persona resiliente no implica no sentir angustia o dolor ante las malas experiencias; de hecho, negar o minimizar nuestras emociones puede, en muchos casos, llevar a situaciones de mayor dificultad emocional. Que seamos capaces de aceptar el momento de dolor y de incertidumbre es crucial en el proceso para así lograr un bienestar psicofísico a pesar de las adversidades.


Este tipo de situaciones pueden ser capaces de sumirnos en un bloqueo psicológico que desemboca en sensaciones de incapacidad y vulnerabilidad. Cuando llega la situación difícil, la que sea, un despido, un divorcio, una pérdida…¿qué podemos hacer para mostrar nuestro lado resiliente? Os propongo un ejercicio de introspección sencillo, pero en cambio, potente: Recuerda los retos y dificultades que has superado a lo largo de tu vida y de los cuales has salido airoso o airosa.


¿Aparece alguna situación?


Sin importar la respuesta que encuentres, lo que es seguro es que aquí sigues, con vida y más fuerte, aunque quizás esto último requiera buscarlo un poco más en tu interior.


“La resiliencia no es un rebote, una cura total ni un regreso a un estado anterior sin heridas. Es la apertura hacia un nuevo crecimiento, una nueva etapa de la vida en la cual la cicatriz de la herida no desaparece, pero si se integra a esta nueva vida en otro nivel de profundidad.”


Stefan Vanistendael.



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